CUADERNO DE VIAJE: OTOÑO EN NUEVA YORk III
Símbolos de libertad en Lower Manhattan
La Estatua de la Libertad es todo un símbolo en Nueva York y de todo Estados Unidos. Fue un regalo de Francia, una obra de arte que representa a una mujer ataviada con una túnica levantando una antorcha, un verdadero guardián, un icono del cine y de la cultura neoyorkina. Nosotras teníamos claro que queríamos visitarla y reservamos las entradas para acceder a la corona de la Estatua en abril. Es imposible visitar la corona si no se reserva con varios meses de antelación.
El acceso lo teníamos previsto a las once de la mañana y a pesar de que salimos a las nueve de nuestro hotel y que desayunamos en el metro (todo muy neoyorkino) tardamos casi una hora en llegar por un retraso en el metro –así lo entendimos por la megafonía del metro y por las caras de disgusto de los otros usuarios-. Pensamos que quizá perderíamos la entrada porque nos habían indicado que había muchas colas –incluso tres horas- pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando recogimos nuestras entradas –ya pagadas bastante rápido. Eso sí, las colas las tuvimos para acceder al barco que nos llevaría a la Estatua de la Libertad ya que hay un control exhaustivo de seguridad y no fue el único, ya que al llegar a la isla tuvimos que pasar otro control antes de poder entrar a la estatua.
Con un poco de imaginación, en el trayecto del barco de Manhattan a la isla donde está ubicada la Estatua de la Libertad uno se puede imaginar la sensación de los inmigrantes del pasado a su llegada a “la tierra donde todo es posible”. El barco iba abarrotado en una mezcla de idiomas que ni la Torre de Babel. Las cámaras y los smartphones –con el complemento de moda…el palo selfie- son las herramientas más utilizadas en este trayecto que no supera los 20 minutos.
Después de ver tantas películas donde aparece la Estatua de la Libertad personalmente me la imaginaba más grande. Aunque su altura no es nada despreciable, mide 46 metros y con la base alcanza los 93 metros. A pesar del miedo de perder “el acceso” por no llegar a tiempo comprobé con satisfacción nos sobraron incluso 10 minutos… ya pude respirar. Visitar la corona de la Estatua de la Libertad y el nuevo rascacielo de Manhattan –el One World Trade Center- estaban en mis ilusiones principales para este viaje.
![[Img #18475]](upload/img/periodico/img_18475.jpg)
Como teníamos una especie de entrada vip –ibamos a la corona- nos pusieron unas pulseritas rojas –la típica de los resorts- y la agente de seguridad nos indicó que debíamos dejar las mochilas en las taquillas. ¡Vaya taquillas! Menuda seguridad… ni llaves ni tarjetas… mi huella dactilar quedó grabada tras meter dos dólares para abrir una minúscula taquilla donde colocamos como encaje de bolillos nuestros cinco bolsos –alguno bastante voluminoso-. Teníamos dos horas de tiempo para la taquilla.
La Estatua por dentro es un armazón metálico obra del mismo autor de la Torre Eiffel, Gustave Eiffel (eso se aprende en las audioguías que proporcionan de manera gratuita al llegar a la isla). No hay ascensor y las escaleras son estrechas y bastante empinadas, y el último tramo –el destinado para los pocos que consiguen entradas a la corona- es mucho más estrecho y de caracol resultando ciertamente agobiante en algunos tramos. La corona es un recinto minúsculo donde no caben más de 8 personas. La vista es buena, aunque con cristalitos y sinceramente se ve lo mismo desde el mirador básico de la Estatua. La diferencia es la ilusión de estar en la Corona de la “señora Libertad” y de ver el armazón de su cara y barriga desde dentro.
El complejo se completa con un museo de la historia del monumento en el que se recogen un montón de datos curiosos e interesantes. Además, hay reproducciones a escala real de sus orejas, sus pies, su cara…
Aún en tiempo recogimos nuestros bolsos en la taquilla, aunque la verdad es que la máquina se resistió un poco…supongo que serán muchas huellas dactilares las que escanean a lo largo del día.
Isla Ellis
El barco a su regreso hace una parada en la Isla de Ellis. En este pequeño islote eran donde los inmigrantes tenían su primer contacto en tierra americana. Una guía auditiva explica toda la historia del centro donde pues visitarse el centro donde se recibían los inmigrantes y viajeros. Resulta muy curioso e interesante porque una de las cosas que aprendí durante mi recorrido fue que los viajeros eran examinados con lupa –nunca mejor dicho- para comprobar que no tuvieran ciertas enfermedades. Una especie de criba, quién lo iba a decir. Hay muchos paneles informativos con imágenes, de todos me impactó uno en el que un médico examina a una viajera con un raro instrumento los ojos… sinceramente la imagen me recordó cuando se revisa el ganado.
![[Img #18469]](upload/img/periodico/img_18469.jpg)
En fin... dejamos Ellis atrás donde pudimos tomar un café en una terraza y hacer alguna foto (eso sí, no en el muro que ya me llamaron la atención cuando me subí en el muro para hacerme una foto con la Estatua de la Libertad al fondo). Rumbo Manhattan.
Distrito Financiero y One World Trade
El barco deja a los visitantes en un jardín donde multitud de vendedores de tickets “atacan” a los turistas con sus ofertas, también hay artistas que retratan en cómics, venta de souvenirs y muchas ardillas –desde luego son toda una atracción-.
En el Distrito Financiero no sé que habrá más si turistas o banqueros, es increíble la cantidad de gente que hay turisteando. La primera parada es el popular Toro…imposible hacerte una foto en condiciones y menos cuando coincides con una excursión de niños japoneses (vaya viajecitos de colegio que se hacen los nenes). Tras conocer Wall Street y la bolsa decidimos que era buena hora para comer… y cuáll fue la opción… hamburguesas y patatas fritas. Aún no habíamos comido una hamburguesa y teníamos ganas. Nuestro destino fue un local llamado Charlies que resultó muy bueno.
Después de comer y descansar los pies emprendimos rumbo hacia la nueva torre que se edifica en la Zona Cero. El memorial por las víctimas del 11S es impresionante y la verdad es que estar ahí donde cambió la historia en ese escenario visto tantas veces por televisión…impone. Aunque no menos impone el nuevo rascacielos, One World Trade que se erige junto a las piscinas que marcan los lugares de las desaparecidas Torres Gemelas.
![[Img #18477]](upload/img/periodico/img_18477.jpg)
El One World Trade –también conocido como Torre de la Libertad- tiene un mirador el cual fue inaugurado el pasado mes de mayo. Por unos 30 euros (32 dolares) es posible visitarlo y merece la pena porque es impresionante. Ya sólo subir en el ascensor merece la pena aunque el recorrido desde la planta baja hasta el mirador (situado en la planta 101) tarda menos de un minuto, además la subida y el acceso al mirador es como de película, muy americano. Muchos efectos audiovisuales que hacen que las vistas te impresionen aún más. Este mirador es el más alto de la ciudad compitiendo con los otros dos observatorios más populares: El Empire State y el Top of the Rock de Rockefeller Center.
![[Img #18472]](upload/img/periodico/img_18472.jpg)
Nosotras subimos alrededor de las cuatro y algo lo que nos permitió disfrutar del atardecer y de las luces de New York. Sin lugar a dudas un momento excelente. Tuvimos suerte…cero colas.
Ya abajo decidimos ir de compras (parece obligado en la ciudad del consumo) así que localizamos un centro comercial próximo donde alargamos la tarde hasta la hora de cierre de las tiendas (cierran entre ocho y nueve). La vuelta a “casa” desde Lower Manhattan, como no podía ser de otra forma, en Metro. Decidimos que la cena –pizza- la llevaríamos a nuestro “loft” en el hotel. En proporción al día anterior no es que hubiéramos andado mucho, 13 kilómetros, pero estábamos cansadas había sido un día intenso.
La Estatua de la Libertad es todo un símbolo en Nueva York y de todo Estados Unidos. Fue un regalo de Francia, una obra de arte que representa a una mujer ataviada con una túnica levantando una antorcha, un verdadero guardián, un icono del cine y de la cultura neoyorkina. Nosotras teníamos claro que queríamos visitarla y reservamos las entradas para acceder a la corona de la Estatua en abril. Es imposible visitar la corona si no se reserva con varios meses de antelación.
El acceso lo teníamos previsto a las once de la mañana y a pesar de que salimos a las nueve de nuestro hotel y que desayunamos en el metro (todo muy neoyorkino) tardamos casi una hora en llegar por un retraso en el metro –así lo entendimos por la megafonía del metro y por las caras de disgusto de los otros usuarios-. Pensamos que quizá perderíamos la entrada porque nos habían indicado que había muchas colas –incluso tres horas- pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando recogimos nuestras entradas –ya pagadas bastante rápido. Eso sí, las colas las tuvimos para acceder al barco que nos llevaría a la Estatua de la Libertad ya que hay un control exhaustivo de seguridad y no fue el único, ya que al llegar a la isla tuvimos que pasar otro control antes de poder entrar a la estatua.
Con un poco de imaginación, en el trayecto del barco de Manhattan a la isla donde está ubicada la Estatua de la Libertad uno se puede imaginar la sensación de los inmigrantes del pasado a su llegada a “la tierra donde todo es posible”. El barco iba abarrotado en una mezcla de idiomas que ni la Torre de Babel. Las cámaras y los smartphones –con el complemento de moda…el palo selfie- son las herramientas más utilizadas en este trayecto que no supera los 20 minutos.
Después de ver tantas películas donde aparece la Estatua de la Libertad personalmente me la imaginaba más grande. Aunque su altura no es nada despreciable, mide 46 metros y con la base alcanza los 93 metros. A pesar del miedo de perder “el acceso” por no llegar a tiempo comprobé con satisfacción nos sobraron incluso 10 minutos… ya pude respirar. Visitar la corona de la Estatua de la Libertad y el nuevo rascacielo de Manhattan –el One World Trade Center- estaban en mis ilusiones principales para este viaje.
![[Img #18475]](upload/img/periodico/img_18475.jpg)
Como teníamos una especie de entrada vip –ibamos a la corona- nos pusieron unas pulseritas rojas –la típica de los resorts- y la agente de seguridad nos indicó que debíamos dejar las mochilas en las taquillas. ¡Vaya taquillas! Menuda seguridad… ni llaves ni tarjetas… mi huella dactilar quedó grabada tras meter dos dólares para abrir una minúscula taquilla donde colocamos como encaje de bolillos nuestros cinco bolsos –alguno bastante voluminoso-. Teníamos dos horas de tiempo para la taquilla.
La Estatua por dentro es un armazón metálico obra del mismo autor de la Torre Eiffel, Gustave Eiffel (eso se aprende en las audioguías que proporcionan de manera gratuita al llegar a la isla). No hay ascensor y las escaleras son estrechas y bastante empinadas, y el último tramo –el destinado para los pocos que consiguen entradas a la corona- es mucho más estrecho y de caracol resultando ciertamente agobiante en algunos tramos. La corona es un recinto minúsculo donde no caben más de 8 personas. La vista es buena, aunque con cristalitos y sinceramente se ve lo mismo desde el mirador básico de la Estatua. La diferencia es la ilusión de estar en la Corona de la “señora Libertad” y de ver el armazón de su cara y barriga desde dentro.
El complejo se completa con un museo de la historia del monumento en el que se recogen un montón de datos curiosos e interesantes. Además, hay reproducciones a escala real de sus orejas, sus pies, su cara…
Aún en tiempo recogimos nuestros bolsos en la taquilla, aunque la verdad es que la máquina se resistió un poco…supongo que serán muchas huellas dactilares las que escanean a lo largo del día.
Isla Ellis
El barco a su regreso hace una parada en la Isla de Ellis. En este pequeño islote eran donde los inmigrantes tenían su primer contacto en tierra americana. Una guía auditiva explica toda la historia del centro donde pues visitarse el centro donde se recibían los inmigrantes y viajeros. Resulta muy curioso e interesante porque una de las cosas que aprendí durante mi recorrido fue que los viajeros eran examinados con lupa –nunca mejor dicho- para comprobar que no tuvieran ciertas enfermedades. Una especie de criba, quién lo iba a decir. Hay muchos paneles informativos con imágenes, de todos me impactó uno en el que un médico examina a una viajera con un raro instrumento los ojos… sinceramente la imagen me recordó cuando se revisa el ganado.
![[Img #18469]](upload/img/periodico/img_18469.jpg)
En fin... dejamos Ellis atrás donde pudimos tomar un café en una terraza y hacer alguna foto (eso sí, no en el muro que ya me llamaron la atención cuando me subí en el muro para hacerme una foto con la Estatua de la Libertad al fondo). Rumbo Manhattan.
Distrito Financiero y One World Trade
El barco deja a los visitantes en un jardín donde multitud de vendedores de tickets “atacan” a los turistas con sus ofertas, también hay artistas que retratan en cómics, venta de souvenirs y muchas ardillas –desde luego son toda una atracción-.
En el Distrito Financiero no sé que habrá más si turistas o banqueros, es increíble la cantidad de gente que hay turisteando. La primera parada es el popular Toro…imposible hacerte una foto en condiciones y menos cuando coincides con una excursión de niños japoneses (vaya viajecitos de colegio que se hacen los nenes). Tras conocer Wall Street y la bolsa decidimos que era buena hora para comer… y cuáll fue la opción… hamburguesas y patatas fritas. Aún no habíamos comido una hamburguesa y teníamos ganas. Nuestro destino fue un local llamado Charlies que resultó muy bueno.
Después de comer y descansar los pies emprendimos rumbo hacia la nueva torre que se edifica en la Zona Cero. El memorial por las víctimas del 11S es impresionante y la verdad es que estar ahí donde cambió la historia en ese escenario visto tantas veces por televisión…impone. Aunque no menos impone el nuevo rascacielos, One World Trade que se erige junto a las piscinas que marcan los lugares de las desaparecidas Torres Gemelas.
![[Img #18477]](upload/img/periodico/img_18477.jpg)
El One World Trade –también conocido como Torre de la Libertad- tiene un mirador el cual fue inaugurado el pasado mes de mayo. Por unos 30 euros (32 dolares) es posible visitarlo y merece la pena porque es impresionante. Ya sólo subir en el ascensor merece la pena aunque el recorrido desde la planta baja hasta el mirador (situado en la planta 101) tarda menos de un minuto, además la subida y el acceso al mirador es como de película, muy americano. Muchos efectos audiovisuales que hacen que las vistas te impresionen aún más. Este mirador es el más alto de la ciudad compitiendo con los otros dos observatorios más populares: El Empire State y el Top of the Rock de Rockefeller Center.
![[Img #18472]](upload/img/periodico/img_18472.jpg)
Nosotras subimos alrededor de las cuatro y algo lo que nos permitió disfrutar del atardecer y de las luces de New York. Sin lugar a dudas un momento excelente. Tuvimos suerte…cero colas.
Ya abajo decidimos ir de compras (parece obligado en la ciudad del consumo) así que localizamos un centro comercial próximo donde alargamos la tarde hasta la hora de cierre de las tiendas (cierran entre ocho y nueve). La vuelta a “casa” desde Lower Manhattan, como no podía ser de otra forma, en Metro. Decidimos que la cena –pizza- la llevaríamos a nuestro “loft” en el hotel. En proporción al día anterior no es que hubiéramos andado mucho, 13 kilómetros, pero estábamos cansadas había sido un día intenso.



































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