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La Tía Úrsula
Un cuento de P. Escamilla
Una de nuestras lectoras, Inés Pérez, nos ha facilitado esta obra de P. Escamilla -dramaturgo, novelista y cuentista del siglo XIX- , un cuento titulado 'La Tía Úrsula' ambientado en Fresno de la Vega. Inés encontró este documento en la Biblioteca Nacional, aquí os lo transcribimos. La obra fue publicada en una revista de Cádiz de rimbombante nombre, 'La Moda Elegante Ilustrada, el Periódico de las Familias'.
I
Si pasáis alguna vez por Fresno de la Vega, pequeña aldea de la provincia de León, que pertenece en lo civil a la jurisdicción de Valencia de D Juan, oiréis referir del siguiente modo la leyenda de la tía Úrsula.
Parece ser que en los últimos años de la monarquía leonesa, antes de unirse ésta a la corona de Castilla, existía en el citado pueblo una pobre muchacha que contestaba al nombre de Úrsula, probablemente por haber nacido en el mismo día en que la Iglesia conmemora el martirio de la Santa.
Pertenecía a una de esas familias condenadas de padres a hijos, por no sé cuántas generaciones de padres a hijos, a vivir en la indigencia; esto unido al atraso intelectual de la época relativo a los que entonces se llamaban pecheros, influyó de una manera desconsoladora en la educación de la muchacha, cuya falta de instrucción era verdaderamente deplorable.
Úrsula, desde sus más tiernos años, en que quedó huérfana y sola en el mundo, vivía en el pueblo atenida a la caridad de los vecinos, que disfrazaban la limosna exigiendo de ella los servicios de que la muchacha era capaz, los cuales no pasaban de una asistencia rudimentaria a las necesidades de una casa.
Con lo cual quiero decir que Úrsula no vivía enteramente sin trabajar, a lo menos durante su juventud, y que bien podía decir que ganaba el pan con el sudor de su rostro.
Nada de particular que sea digno de mención ofreció su existencia mientras la llamaron solamente Úrsula.
Pero un día, sin saber por qué, aunque después se lo malició, quedó tristemente sorprendida al ver que la gente joven del pueblo anteponía a su nombre de pila el apelativo de tía, nombre que se da en los pueblos a las personas de la clase ínfima cuando empiezan a envejecer.
Esto coincidió con la aparición de muchas canas en su crespo y nunca peinado cabello y con la disminución de sus fuerzas, que la incapacitaban para el trabajo corporal.
Desde aquel día la tía Úrsula se convenció de que era vieja, y que no la quedaba más recurso para sostener su menguada existencia que colocarse a la puerta del templo mientras el señor cura celebraba el santo sacrificio de la misa, e ir después de puerta en puerta impetrando materialmente la caridad de sus paisanos.
¡Triste porvenir para una criatura acostumbrada al trabajo, que no quiere hacer un oficio de la mendicidad!
¡Pero, ah!
¡Qué lejos estaba la buena vieja de presentir siquiera lo que su destino la deparaba!
II
Es general creencia, practicada en todas las aldeas y pueblos de España por los muchachos de corta edad, que durante la víspera de San Juan Bautista, o sea en la noche del 23 de junio, basta partir un huevo en una cazuela de agua y dejarle al sereno para conseguir cuanto se desea.
Ignoro el origen de esta costumbre, que yo también he practicado muchas veces durante los primeros años de mi niñez, como les habrá sucedido a muchos de mis lectores.
Y excuso decirles, porque harto lo sabrán, que en tales ocasiones los padres, y generalmente los abuelos, son los encargados por el santo de llenar los deseos de los pequeños devotos.
Durante la noche desaparece el huevo y el agua, siendo reemplazados por juguetes y golosinas, que a la mañana siguiente contemplan los niños con alborozo, y que engullen o destruye durante las primeras horas de aquel mismo día.
La tía Úrsula no se había entregado nunca a tan infantil y piadosa práctica.
Los niños de los pobres están privados de muchas cosas que no pueden ni desear siquiera.
No hago al Santo la injusticia de creer que fuera menos complaciente con ellos; pero es el caso que esto ha sucedido y sucederá siempre, porque tal es la condición humana, y allí terminan las exigencias donde concluye el dinero.
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III
Pues señor, que llegó la noche de S Juan de aquel año, cuando la tía Úrsula contaba ya muchos.
Que era una noche verdaderamente tropical, con su templada brisa cargada con las emanaciones de la deliciosa vega de León, con su cielo azul tachonado de pálidas estrellas, y con el fulgor de la melancólica luna, que entraba en su segundo cuarto; una de esas noches de Oriente que solo se gozan en Italia y en España, en que todo cuanto nos rodea está saturado de alegría, en que la sombra es más misteriosa que en sitio alguno, en que las casas y los árboles parten a trechos la luz de la luna y el fulgor de las estrellas.
Y se oía a lo lejos en el campo el canto monótono y chillón del grillo y de la rana, el chasquido y el castañeteo de las culebras de agua en los pantanos, y el grito penetrante del cuquillo…
Y se oía en la aldea el alegre canto de los mozos, que celebraban con hoguera y tamboril lo que llaman la sanjuanada, y hacían la ronda delante de las viviendas de sus prometidas, que les hablaban desde las ventanas.
Os digo que era aquella una noche bien deliciosa por cierto.
La brisa llevaba en sus alas las primeras notas de la campana del reloj de Valencia de D Juan al dar las doce de la noche, cuando una ronda de mozos pasaba a la sazón por delante del tugurio que ocupaba la tía Úrsula en una calleja estrecha próxima a la plaza.
Y fue aquella una cosa providencial, porque si no el hecho hubiera permanecido oculto entre los pliegues del manto del misterio, y yo no hubiera podido narraros esta verídica leyenda.
Un débil rayo de luz que se filtraba por la puerta de la susodicha casa llamó la atención de los alborozados mozos, que curiosos como una vieja, se aproximaron para ver en que empleaba la tía Úrsula las horas de la velada.
Esto que os voy a decir lo refirieron ellos después, y de boca en boca ha pasado a nosotros desde aquella remotísima edad.
En medio del portal de la casa, alumbrada por una lámpara de aceite, cuya mecha despedía un tufo negruzco y nauseabundo, estaba la tía Úrsula con un hermoso huevo en la mano y una cazuela llena de agua delante.
Los mozos aquedaron sorprendidos.
Indudablemente aquella mujer trataba de hacer su petición a S Juan, petición que nunca había formulado y que tan impropia era de su avanzada edad. ¿Pero en qué consistiría esto?
He aquí lo extraño, lo absurdo, lo inconcebible.
Los más afortunados que habían tenido la suerte de posesionarse de la puerta y atrapar la rendija, transmitían en voz baja a sus compañeros lo que estaban viendo a la sazón; y en medio de aquel silencio solo se oía un leve cuchicheo parecido al que produce el agitado vuelo de muchos mosquitos.
La tía Úrsula rompió con mano trémula el cascarón sobre uno de los bordes del receptáculo de barro, y al caer el huevo sobre el agua, exclamó levantando los ojos al cielo con extraordinaria expresión de fe y esperanza:
-"Santo bendito, glorioso S Juan, precursor de Jesús, proporcionad a la pobre Úrsula un buen marido".
El eco de tan extraña plegaria fue una carcajada homérica, lanzada a coro por todos los mozos que presenciaban aquella escena.
La luz se apagó de repente, y los muchachos prosiguieron su ronda, celebrando con risotadas la ocurrencia de la ochentona, de la mendiga de la aldea, que se acordaba del Bautista para pedirle un marido en vez de una mortaja.
IV
Por aquel tiempo vivía en León un pobre mozo de veinte años, pero tan pobre y desvalido, tan abandonado de todos, que solo podía sostener la comparación con Job, fuera de su lepra.
Santos Pérez no se había dedicado en toda su vida, desde que tenía uso de razón, más que a escogitar los medios para salir de su pobreza y desamparo, y como ninguno le parecía oportuno, porque quería lograrlo todo en un instante, resultaba de esto que cada vez se veía más perdido y era mucho más aflictiva su situación.
Este Santos Pérez tenía una vecina, una especie de bruja, que hacía mil diabluras con el cubilete de los dados y decía la buenaventura por poco dinero a las gentes crédulas de la ciudad, la cual bruja era la única que se comunicaba con el mozo.
Por lo que entonces se decía, a haber la Inquisición en aquel tiempo, la vecina de Santos Pérez, que se llamaba Marta, hubiera sido una de las primeras víctimas de aquel Tribunal, pues su fama era deplorable respecto a hechizos y brujerías.
Ello es que el muchacho y la vieja solían departir muy a menudo, y que el tema obligado de sus pláticas era la situación de aquel, que cada día iba siendo más precaria.
- ¡Ah, Dios mío!- le decía Marta, que a pesar de su cualidad de bruja tenía algunas creencias religiosas. - ¡Que tenaz de carácter es este Santos Pérez, y que mal hace en desatender mis consejos!
Y Santos Pérez bajaba la cabeza mientras aquella proseguía:
- Si, querido mío, mis indicaciones harían variar mucho las cosas, y si tu quisieras serías rico, feliz y festejado por los mismos que hoy te miran por encima del hombro.
- Pero… ¿Qué queréis decir? Preguntó el mancebo?
- Tu felicidad estriba en el matrimonio que te he propuesto.
- ¿Persistís aún en la idea de que me case con la tía Úrsula, la mendiga de Fresno de la Vega?
- Ese es el camino de tu felicidad, sin lo cual toda tu vida serás tan pobre como ella.
- Pero… ¡Ese matrimonio es imposible!...
- ¿Por qué? ¡Porque es pobre, vieja y fea!
- Justamente: ¿Os parece poco?
- Más fea, pero mucho más, es la miseria que te cerca, más vieja y más antigua es la aversión de las personas que te conocen hacia ti… y, sin embargo, prefieres vivir, y vivir siempre en tal estado…
Y Marta concluía por apartarse del mancebo, dejándole entregado a las más profundas y sombrías reflexiones.
V
Se ha dicho y se repite hasta la saciedad que una gota de agua socaba una piedra; además, esto es un hecho demostrado por la experiencia, que no nos es lícito poner en duda.
Tan grande llegó a ser la miseria de Santos Pérez, y tanto y tato machacó la bruja, su vecina, sobre el asunto, que un día el atribulado mancebo debió decir para su capote: ¡A Fresno a por todo!
Y sin encomendarse a Dios ni al diablo, tomó el camino de la aldea, de la que le separaban unas cinco leguas.
Esto era precisamente pocos días después de la víspera de S Juan Bautista, en cuya vigilia, como ya recordará el lector, había hecho la tía Úrsula su petición a Santo.
VI
Y no hubo más, sino que para asombro de los nacidos, el deseo de la tía Úrsula no tardó en realizarse.
Asombro he dicho, y he dicho mal, pues en aquel tiempo de las cosas extraordinarias y sobrenaturales no tenía nada de particular que un Santo, aún de menos jerarquía que el Bautista, se dignase hacer algún milagro.
Sin embargo toda la aldea estaba atónita al saber que la tía Úrsula tenía un novio y que se casaba con él.
¡Un novio!... ¡Un marido a los ochenta años!
Es indudable que también los santos tienen singulares complacencias.
Aquella boda debía hacer época en la aldea, porque aparte de la edad de la desposada, que era muy digna de tenerse en cuenta, se veía en todo aquello la intervención divina, por medio de una súplica hecha a S Juan.
Y a ver que el Santo le había atendido y realizado, subió de punto la consideración que desde entonces se tributó a la mendiga, y que estaba muy lejos de tener antes.
¡Lo que es estar en buenas relaciones con los santos!
Llegó al fin el día de la boda.
Atendida la extraordinaria pobreza de los contrayentes, el señor cura, que era muy buena persona, los dispensó de todo pago de derechos.
Además, para hacer honor al pueblo, una de las familias mejor acomodadas se encargó de los gastos del almuerzo y de la comida, que fue suculenta.
Por la tarde hubo baile en la plaza con tamboril y dulzaina, y se repartieron a los rapaces tortas con anís y aguardiente.
Excuso decir que los novios no bailaron.
¡Como había de hacerlo la tía Úrsula, inclinada bajo el enorme peso de sus ochenta años!
Durante aquel día se hicieron varias observaciones, pues nunca falta en tales casos gente observadora y curiosa en demasía.
En primer lugar, durante la ceremonia religiosa, y cuando el sacerdote leía la epístola de S Pablo, una ráfaga de aire que penetró a deshora apagó repentinamente y sin que oscilase, la vela que lucía delante de la desposada, lo cual en el idioma del vulgo significa que no tardaría en morir la tía Úrsula. Y no era mucho aventurar esto, cuando se trataba de una mujer de ochenta años.
Se observó también que el novio estuvo triste y preocupado durante aquel día, como si manifestase arrepentimiento por haberse embarcado en un buque tan lleno de grietas y averías en su casco: a penas miraba a su mujer ni aún se dignaba dirigirle la palabra.
Al sentarse a la mes cuando llegó la hora de la comida, por una distracción nada disculpable, en vez de colocar a la tía Úrsula a su derecha, según era uso y costumbre en tales casos, lo hizo al lado opuesto, lo cual causó un movimiento de cabeza en los pesimistas, aun cuando los optimistas afirmaban que estando el corazón colocado a la izquierda, aquello podía pasar muy bien por una delicada y galante distinción.
La tía Úrsula parecía no ocuparse de todos aquellos tristes pensamientos, engolfada en la dicha de ser esposa cuando menos lo esperaba.
Hasta tal punto es cierto que ciega la felicidad más que el dolor.
VII
Llegó la noche, y con sus sombras aumentó visiblemente el embarazo y la turbación de Santos Pérez.
Esto era lo más natural del mundo.
Los ecos de la dulzaina se extinguieron en la plaza, los convidados acompañaron a los novios hasta su vivienda… hubo felicitaciones y plácemes…y sonrisas sobradamente maliciosas, que mortificaron el amor propio de Santos Pérez, quien en aquel momento no pudo menos de acordarse de su vecina Marta, y lanzarla una maldición en lo profundo de su pecho.
…………
…………
La puerta de la casa se cerró por fin.
VIII
Desde el toque de ánimas el cielo empezó a cubrirse de pardos y apiñados nubarrones que venían de la parte del Sur, empujados por un ventarrón que hacía estremecerse y rechinar las puertas y las ventanas de sus mohosos goznes de hierro.
Era en agosto.
El reloj acababa de dar las doce, y la tempestad estallaba en toda su salvaje y formidable majestad.
Los relámpagos se sucedían sin intermisión, hendiendo el cielo en todas las direcciones, con una intensidad de luz verdaderamente vertiginosa: zumbaba el trueno, haciendo competencia al aire, que se agitaba furioso, cual si quisiera derribar las pobres casas de la aldea, y un grueso pedrisco rebotaba con furia sobre los techos.
La cruz de hierro de la torre cónica de la iglesia y la veleta se rodeaban de ese resplandor magnético y fosforescente conocido entre la gente del mar por el fuego de San Telmo, y resaltaban en la oscuridad de una manera sombría y siniestra.
El fragor de la tempestad en aquella horrible noche era espantoso, y el calor sofocante.
De pronto, y por encima de la casa donde dormían los desposados, empezó a verse un resplandor rojizo, luego un penacho de humo de cuyo seno brotaban chispas brillantes y saltadoras.
Después, entre gritos de angustia, se oyó la terrible voz de “fuego”.
La casa de la tía Úrsula ardía por los cuatro costados: el incendio se unía a la tempestad para hacer más horroroso el cuadro.
Bien pronto corrió la voz por toda la aldea: todos sus habitantes acudieron en masa, pero era imposible penetrar dentro; no se quien echó abajo la puerta de un formidable hachazo; pero detrás de la débil tabla había una verdadera muralla de llamas que lanzaba multitud de chispas peligrosas, y un torbellino de humo que retorcía y disipaba a lo lejos el huracán.
Úrsula y Santos Pérez seguían pidiendo socorro… Un socorro imposible, dentro de aquel horno de fuego.
Los espectadores estaban aterrados.
Pasados algunos minutos, los gritos cesaron completamente; ya solo se oía el ruido que producían al caer las vigas carbonizadas, el estallido de la madera, el derrumbamiento de las tapias… Todo esto envuelto en un mar de humo y llamas, que se retorcían en espirales espantosas, como si el edificio estuviese asaltados por culebras de fuego.
Y allá a lo lejos, atravesando los pantanos, camino del cementerio, algunos vieron o creyeron ver una sombra a quien las luces combinadas del incendio y los relámpagos daban proporciones colosales, que huía, huía a través de los campos, llevando un objeto indefinible debajo del brazo.
A la mañana siguiente, extinguido el incendio, apareció entre los escombros el cadáver carbonizado de la tía Úrsula…
¿Qué se había hecho de Satos Pérez?
IX
El fuego estalló casualmente, merced a uno de esos descuidos tan frecuentes en todas partes y en todas épocas.
Mientras la tía Úrsula y Santos Pérez dormían su sueño de desposados, una chispa del hogar saltó sobre un jergón de paja de esos que hay siempre en las aldeas sobre los poyos de las chimeneas que llaman gloria.
Impulsado por el viento que penetraba por las infinitas grietas de las paredes, no tardó en propagarse a los objetos más próximos.
La tía Úrsula y Santos Pérez despertaron medio asfixiados por el humo.
Un movimiento igual y espontáneo en ambos los hizo arrojarse del lecho, dirigiéndose cada uno por su lado, ya en busca de la salida, ya en averiguación de lo que podía haber causado la catástrofe. La tía Úrsula se dirigió hacia el hogar: en aquel momento una ráfaga de aire empujó la única puerta de la cocina con tal fuerza, que desprendió dos maderos del sobrado o terradillo, los cuales sirvieron de palanca para atrancarla por fuera; de modo que, cuando la infeliz Úrsula quiso salir, no pudo, y bien pronto cayó al suelo, sofocada por el humo, para no levantarse jamás.
En cuanto a Santos Pérez, salió al portalón para ganar la puerta de la calle, en la inteligencia de que su compañera llevaba la misma dirección, pidiendo auxilio. De repente se desplomó la techumbre, siendo un verdadero milagro que el joven saliera ileso de aquel episodio de la catástrofe.
Fue a andar, y sus pies tropezaron con un objeto, que al ser empujado, produjo un sonido metálico.
Santos olvidó por un momento el peligro que le rodeaba; febril y calenturiento se inclinó sobre sus rodillas, y a la luz del incendio pudo ver una caja de terciopelo como de media vara en cuadro, cuya tapa, medio abierta por la violencia del golpe, dejaba escapar joyas y monedas de oro.
Entonces ya no se acordó de su mujer; asió la caja con trémula mano, y buscó una salida por aquel inmenso e hirviente mar de fuego; a su derecha había una puerta que comunicaba con el corral; su cerco comenzaba a arder, acariciado por las llamas que se colgaban de las aristas de la reseca madera como pabellones de seda y brocado.
Dio un fuerte golpe a la puerta, que no tardó en ceder a sus esfuerzos, proporcionándole fácil y segura huida por los pantanos que rodeaban el cementerio de la aldea.
Sin embargo, al llegar al campo se detuvo, acordándose de la pobre vieja; escondió su tesoro y volvió al sitio del incendio; pero ya le fue imposible penetrar.
Se había cumplido la predicción de Marta su vecina cuando le decía:
- ¡Cásate con la tía Úrsula si quieres ser rico y feliz!
X
En Fresno de la Vega explican la catástrofe de la siguiente manera:
La tía Úrsula pidió a San Juan una cosa indebida durante la vigilia de su festividad, y el Santo se la concedió para demostrar a los incrédulos que la fe lo alcanza todo; pero al mismo tiempo castigó en la vieja, por medio del incendio, un deseo extemporáneo e inmoderado, impropio de su edad.
En verdad os digo, queridos lectores, que no debemos pedir cosas injustas a Dios ni a sus santos.
P. Escamilla
Una de nuestras lectoras, Inés Pérez, nos ha facilitado esta obra de P. Escamilla -dramaturgo, novelista y cuentista del siglo XIX- , un cuento titulado 'La Tía Úrsula' ambientado en Fresno de la Vega. Inés encontró este documento en la Biblioteca Nacional, aquí os lo transcribimos. La obra fue publicada en una revista de Cádiz de rimbombante nombre, 'La Moda Elegante Ilustrada, el Periódico de las Familias'.
I
Si pasáis alguna vez por Fresno de la Vega, pequeña aldea de la provincia de León, que pertenece en lo civil a la jurisdicción de Valencia de D Juan, oiréis referir del siguiente modo la leyenda de la tía Úrsula.
Parece ser que en los últimos años de la monarquía leonesa, antes de unirse ésta a la corona de Castilla, existía en el citado pueblo una pobre muchacha que contestaba al nombre de Úrsula, probablemente por haber nacido en el mismo día en que la Iglesia conmemora el martirio de la Santa.
Pertenecía a una de esas familias condenadas de padres a hijos, por no sé cuántas generaciones de padres a hijos, a vivir en la indigencia; esto unido al atraso intelectual de la época relativo a los que entonces se llamaban pecheros, influyó de una manera desconsoladora en la educación de la muchacha, cuya falta de instrucción era verdaderamente deplorable.
Úrsula, desde sus más tiernos años, en que quedó huérfana y sola en el mundo, vivía en el pueblo atenida a la caridad de los vecinos, que disfrazaban la limosna exigiendo de ella los servicios de que la muchacha era capaz, los cuales no pasaban de una asistencia rudimentaria a las necesidades de una casa.
Con lo cual quiero decir que Úrsula no vivía enteramente sin trabajar, a lo menos durante su juventud, y que bien podía decir que ganaba el pan con el sudor de su rostro.
Nada de particular que sea digno de mención ofreció su existencia mientras la llamaron solamente Úrsula.
Pero un día, sin saber por qué, aunque después se lo malició, quedó tristemente sorprendida al ver que la gente joven del pueblo anteponía a su nombre de pila el apelativo de tía, nombre que se da en los pueblos a las personas de la clase ínfima cuando empiezan a envejecer.
Esto coincidió con la aparición de muchas canas en su crespo y nunca peinado cabello y con la disminución de sus fuerzas, que la incapacitaban para el trabajo corporal.
Desde aquel día la tía Úrsula se convenció de que era vieja, y que no la quedaba más recurso para sostener su menguada existencia que colocarse a la puerta del templo mientras el señor cura celebraba el santo sacrificio de la misa, e ir después de puerta en puerta impetrando materialmente la caridad de sus paisanos.
¡Triste porvenir para una criatura acostumbrada al trabajo, que no quiere hacer un oficio de la mendicidad!
¡Pero, ah!
¡Qué lejos estaba la buena vieja de presentir siquiera lo que su destino la deparaba!
II
Es general creencia, practicada en todas las aldeas y pueblos de España por los muchachos de corta edad, que durante la víspera de San Juan Bautista, o sea en la noche del 23 de junio, basta partir un huevo en una cazuela de agua y dejarle al sereno para conseguir cuanto se desea.
Ignoro el origen de esta costumbre, que yo también he practicado muchas veces durante los primeros años de mi niñez, como les habrá sucedido a muchos de mis lectores.
Y excuso decirles, porque harto lo sabrán, que en tales ocasiones los padres, y generalmente los abuelos, son los encargados por el santo de llenar los deseos de los pequeños devotos.
Durante la noche desaparece el huevo y el agua, siendo reemplazados por juguetes y golosinas, que a la mañana siguiente contemplan los niños con alborozo, y que engullen o destruye durante las primeras horas de aquel mismo día.
La tía Úrsula no se había entregado nunca a tan infantil y piadosa práctica.
Los niños de los pobres están privados de muchas cosas que no pueden ni desear siquiera.
No hago al Santo la injusticia de creer que fuera menos complaciente con ellos; pero es el caso que esto ha sucedido y sucederá siempre, porque tal es la condición humana, y allí terminan las exigencias donde concluye el dinero.
![[Img #15738]](upload/img/periodico/img_15738.jpg)
III
Pues señor, que llegó la noche de S Juan de aquel año, cuando la tía Úrsula contaba ya muchos.
Que era una noche verdaderamente tropical, con su templada brisa cargada con las emanaciones de la deliciosa vega de León, con su cielo azul tachonado de pálidas estrellas, y con el fulgor de la melancólica luna, que entraba en su segundo cuarto; una de esas noches de Oriente que solo se gozan en Italia y en España, en que todo cuanto nos rodea está saturado de alegría, en que la sombra es más misteriosa que en sitio alguno, en que las casas y los árboles parten a trechos la luz de la luna y el fulgor de las estrellas.
Y se oía a lo lejos en el campo el canto monótono y chillón del grillo y de la rana, el chasquido y el castañeteo de las culebras de agua en los pantanos, y el grito penetrante del cuquillo…
Y se oía en la aldea el alegre canto de los mozos, que celebraban con hoguera y tamboril lo que llaman la sanjuanada, y hacían la ronda delante de las viviendas de sus prometidas, que les hablaban desde las ventanas.
Os digo que era aquella una noche bien deliciosa por cierto.
La brisa llevaba en sus alas las primeras notas de la campana del reloj de Valencia de D Juan al dar las doce de la noche, cuando una ronda de mozos pasaba a la sazón por delante del tugurio que ocupaba la tía Úrsula en una calleja estrecha próxima a la plaza.
Y fue aquella una cosa providencial, porque si no el hecho hubiera permanecido oculto entre los pliegues del manto del misterio, y yo no hubiera podido narraros esta verídica leyenda.
Un débil rayo de luz que se filtraba por la puerta de la susodicha casa llamó la atención de los alborozados mozos, que curiosos como una vieja, se aproximaron para ver en que empleaba la tía Úrsula las horas de la velada.
Esto que os voy a decir lo refirieron ellos después, y de boca en boca ha pasado a nosotros desde aquella remotísima edad.
En medio del portal de la casa, alumbrada por una lámpara de aceite, cuya mecha despedía un tufo negruzco y nauseabundo, estaba la tía Úrsula con un hermoso huevo en la mano y una cazuela llena de agua delante.
Los mozos aquedaron sorprendidos.
Indudablemente aquella mujer trataba de hacer su petición a S Juan, petición que nunca había formulado y que tan impropia era de su avanzada edad. ¿Pero en qué consistiría esto?
He aquí lo extraño, lo absurdo, lo inconcebible.
Los más afortunados que habían tenido la suerte de posesionarse de la puerta y atrapar la rendija, transmitían en voz baja a sus compañeros lo que estaban viendo a la sazón; y en medio de aquel silencio solo se oía un leve cuchicheo parecido al que produce el agitado vuelo de muchos mosquitos.
La tía Úrsula rompió con mano trémula el cascarón sobre uno de los bordes del receptáculo de barro, y al caer el huevo sobre el agua, exclamó levantando los ojos al cielo con extraordinaria expresión de fe y esperanza:
-"Santo bendito, glorioso S Juan, precursor de Jesús, proporcionad a la pobre Úrsula un buen marido".
El eco de tan extraña plegaria fue una carcajada homérica, lanzada a coro por todos los mozos que presenciaban aquella escena.
La luz se apagó de repente, y los muchachos prosiguieron su ronda, celebrando con risotadas la ocurrencia de la ochentona, de la mendiga de la aldea, que se acordaba del Bautista para pedirle un marido en vez de una mortaja.
IV
Por aquel tiempo vivía en León un pobre mozo de veinte años, pero tan pobre y desvalido, tan abandonado de todos, que solo podía sostener la comparación con Job, fuera de su lepra.
Santos Pérez no se había dedicado en toda su vida, desde que tenía uso de razón, más que a escogitar los medios para salir de su pobreza y desamparo, y como ninguno le parecía oportuno, porque quería lograrlo todo en un instante, resultaba de esto que cada vez se veía más perdido y era mucho más aflictiva su situación.
Este Santos Pérez tenía una vecina, una especie de bruja, que hacía mil diabluras con el cubilete de los dados y decía la buenaventura por poco dinero a las gentes crédulas de la ciudad, la cual bruja era la única que se comunicaba con el mozo.
Por lo que entonces se decía, a haber la Inquisición en aquel tiempo, la vecina de Santos Pérez, que se llamaba Marta, hubiera sido una de las primeras víctimas de aquel Tribunal, pues su fama era deplorable respecto a hechizos y brujerías.
Ello es que el muchacho y la vieja solían departir muy a menudo, y que el tema obligado de sus pláticas era la situación de aquel, que cada día iba siendo más precaria.
- ¡Ah, Dios mío!- le decía Marta, que a pesar de su cualidad de bruja tenía algunas creencias religiosas. - ¡Que tenaz de carácter es este Santos Pérez, y que mal hace en desatender mis consejos!
Y Santos Pérez bajaba la cabeza mientras aquella proseguía:
- Si, querido mío, mis indicaciones harían variar mucho las cosas, y si tu quisieras serías rico, feliz y festejado por los mismos que hoy te miran por encima del hombro.
- Pero… ¿Qué queréis decir? Preguntó el mancebo?
- Tu felicidad estriba en el matrimonio que te he propuesto.
- ¿Persistís aún en la idea de que me case con la tía Úrsula, la mendiga de Fresno de la Vega?
- Ese es el camino de tu felicidad, sin lo cual toda tu vida serás tan pobre como ella.
- Pero… ¡Ese matrimonio es imposible!...
- ¿Por qué? ¡Porque es pobre, vieja y fea!
- Justamente: ¿Os parece poco?
- Más fea, pero mucho más, es la miseria que te cerca, más vieja y más antigua es la aversión de las personas que te conocen hacia ti… y, sin embargo, prefieres vivir, y vivir siempre en tal estado…
Y Marta concluía por apartarse del mancebo, dejándole entregado a las más profundas y sombrías reflexiones.
V
Se ha dicho y se repite hasta la saciedad que una gota de agua socaba una piedra; además, esto es un hecho demostrado por la experiencia, que no nos es lícito poner en duda.
Tan grande llegó a ser la miseria de Santos Pérez, y tanto y tato machacó la bruja, su vecina, sobre el asunto, que un día el atribulado mancebo debió decir para su capote: ¡A Fresno a por todo!
Y sin encomendarse a Dios ni al diablo, tomó el camino de la aldea, de la que le separaban unas cinco leguas.
Esto era precisamente pocos días después de la víspera de S Juan Bautista, en cuya vigilia, como ya recordará el lector, había hecho la tía Úrsula su petición a Santo.
VI
Y no hubo más, sino que para asombro de los nacidos, el deseo de la tía Úrsula no tardó en realizarse.
Asombro he dicho, y he dicho mal, pues en aquel tiempo de las cosas extraordinarias y sobrenaturales no tenía nada de particular que un Santo, aún de menos jerarquía que el Bautista, se dignase hacer algún milagro.
Sin embargo toda la aldea estaba atónita al saber que la tía Úrsula tenía un novio y que se casaba con él.
¡Un novio!... ¡Un marido a los ochenta años!
Es indudable que también los santos tienen singulares complacencias.
Aquella boda debía hacer época en la aldea, porque aparte de la edad de la desposada, que era muy digna de tenerse en cuenta, se veía en todo aquello la intervención divina, por medio de una súplica hecha a S Juan.
Y a ver que el Santo le había atendido y realizado, subió de punto la consideración que desde entonces se tributó a la mendiga, y que estaba muy lejos de tener antes.
¡Lo que es estar en buenas relaciones con los santos!
Llegó al fin el día de la boda.
Atendida la extraordinaria pobreza de los contrayentes, el señor cura, que era muy buena persona, los dispensó de todo pago de derechos.
Además, para hacer honor al pueblo, una de las familias mejor acomodadas se encargó de los gastos del almuerzo y de la comida, que fue suculenta.
Por la tarde hubo baile en la plaza con tamboril y dulzaina, y se repartieron a los rapaces tortas con anís y aguardiente.
Excuso decir que los novios no bailaron.
¡Como había de hacerlo la tía Úrsula, inclinada bajo el enorme peso de sus ochenta años!
Durante aquel día se hicieron varias observaciones, pues nunca falta en tales casos gente observadora y curiosa en demasía.
En primer lugar, durante la ceremonia religiosa, y cuando el sacerdote leía la epístola de S Pablo, una ráfaga de aire que penetró a deshora apagó repentinamente y sin que oscilase, la vela que lucía delante de la desposada, lo cual en el idioma del vulgo significa que no tardaría en morir la tía Úrsula. Y no era mucho aventurar esto, cuando se trataba de una mujer de ochenta años.
Se observó también que el novio estuvo triste y preocupado durante aquel día, como si manifestase arrepentimiento por haberse embarcado en un buque tan lleno de grietas y averías en su casco: a penas miraba a su mujer ni aún se dignaba dirigirle la palabra.
Al sentarse a la mes cuando llegó la hora de la comida, por una distracción nada disculpable, en vez de colocar a la tía Úrsula a su derecha, según era uso y costumbre en tales casos, lo hizo al lado opuesto, lo cual causó un movimiento de cabeza en los pesimistas, aun cuando los optimistas afirmaban que estando el corazón colocado a la izquierda, aquello podía pasar muy bien por una delicada y galante distinción.
La tía Úrsula parecía no ocuparse de todos aquellos tristes pensamientos, engolfada en la dicha de ser esposa cuando menos lo esperaba.
Hasta tal punto es cierto que ciega la felicidad más que el dolor.
VII
Llegó la noche, y con sus sombras aumentó visiblemente el embarazo y la turbación de Santos Pérez.
Esto era lo más natural del mundo.
Los ecos de la dulzaina se extinguieron en la plaza, los convidados acompañaron a los novios hasta su vivienda… hubo felicitaciones y plácemes…y sonrisas sobradamente maliciosas, que mortificaron el amor propio de Santos Pérez, quien en aquel momento no pudo menos de acordarse de su vecina Marta, y lanzarla una maldición en lo profundo de su pecho.
…………
…………
La puerta de la casa se cerró por fin.
VIII
Desde el toque de ánimas el cielo empezó a cubrirse de pardos y apiñados nubarrones que venían de la parte del Sur, empujados por un ventarrón que hacía estremecerse y rechinar las puertas y las ventanas de sus mohosos goznes de hierro.
Era en agosto.
El reloj acababa de dar las doce, y la tempestad estallaba en toda su salvaje y formidable majestad.
Los relámpagos se sucedían sin intermisión, hendiendo el cielo en todas las direcciones, con una intensidad de luz verdaderamente vertiginosa: zumbaba el trueno, haciendo competencia al aire, que se agitaba furioso, cual si quisiera derribar las pobres casas de la aldea, y un grueso pedrisco rebotaba con furia sobre los techos.
La cruz de hierro de la torre cónica de la iglesia y la veleta se rodeaban de ese resplandor magnético y fosforescente conocido entre la gente del mar por el fuego de San Telmo, y resaltaban en la oscuridad de una manera sombría y siniestra.
El fragor de la tempestad en aquella horrible noche era espantoso, y el calor sofocante.
De pronto, y por encima de la casa donde dormían los desposados, empezó a verse un resplandor rojizo, luego un penacho de humo de cuyo seno brotaban chispas brillantes y saltadoras.
Después, entre gritos de angustia, se oyó la terrible voz de “fuego”.
La casa de la tía Úrsula ardía por los cuatro costados: el incendio se unía a la tempestad para hacer más horroroso el cuadro.
Bien pronto corrió la voz por toda la aldea: todos sus habitantes acudieron en masa, pero era imposible penetrar dentro; no se quien echó abajo la puerta de un formidable hachazo; pero detrás de la débil tabla había una verdadera muralla de llamas que lanzaba multitud de chispas peligrosas, y un torbellino de humo que retorcía y disipaba a lo lejos el huracán.
Úrsula y Santos Pérez seguían pidiendo socorro… Un socorro imposible, dentro de aquel horno de fuego.
Los espectadores estaban aterrados.
Pasados algunos minutos, los gritos cesaron completamente; ya solo se oía el ruido que producían al caer las vigas carbonizadas, el estallido de la madera, el derrumbamiento de las tapias… Todo esto envuelto en un mar de humo y llamas, que se retorcían en espirales espantosas, como si el edificio estuviese asaltados por culebras de fuego.
Y allá a lo lejos, atravesando los pantanos, camino del cementerio, algunos vieron o creyeron ver una sombra a quien las luces combinadas del incendio y los relámpagos daban proporciones colosales, que huía, huía a través de los campos, llevando un objeto indefinible debajo del brazo.
A la mañana siguiente, extinguido el incendio, apareció entre los escombros el cadáver carbonizado de la tía Úrsula…
¿Qué se había hecho de Satos Pérez?
IX
El fuego estalló casualmente, merced a uno de esos descuidos tan frecuentes en todas partes y en todas épocas.
Mientras la tía Úrsula y Santos Pérez dormían su sueño de desposados, una chispa del hogar saltó sobre un jergón de paja de esos que hay siempre en las aldeas sobre los poyos de las chimeneas que llaman gloria.
Impulsado por el viento que penetraba por las infinitas grietas de las paredes, no tardó en propagarse a los objetos más próximos.
La tía Úrsula y Santos Pérez despertaron medio asfixiados por el humo.
Un movimiento igual y espontáneo en ambos los hizo arrojarse del lecho, dirigiéndose cada uno por su lado, ya en busca de la salida, ya en averiguación de lo que podía haber causado la catástrofe. La tía Úrsula se dirigió hacia el hogar: en aquel momento una ráfaga de aire empujó la única puerta de la cocina con tal fuerza, que desprendió dos maderos del sobrado o terradillo, los cuales sirvieron de palanca para atrancarla por fuera; de modo que, cuando la infeliz Úrsula quiso salir, no pudo, y bien pronto cayó al suelo, sofocada por el humo, para no levantarse jamás.
En cuanto a Santos Pérez, salió al portalón para ganar la puerta de la calle, en la inteligencia de que su compañera llevaba la misma dirección, pidiendo auxilio. De repente se desplomó la techumbre, siendo un verdadero milagro que el joven saliera ileso de aquel episodio de la catástrofe.
Fue a andar, y sus pies tropezaron con un objeto, que al ser empujado, produjo un sonido metálico.
Santos olvidó por un momento el peligro que le rodeaba; febril y calenturiento se inclinó sobre sus rodillas, y a la luz del incendio pudo ver una caja de terciopelo como de media vara en cuadro, cuya tapa, medio abierta por la violencia del golpe, dejaba escapar joyas y monedas de oro.
Entonces ya no se acordó de su mujer; asió la caja con trémula mano, y buscó una salida por aquel inmenso e hirviente mar de fuego; a su derecha había una puerta que comunicaba con el corral; su cerco comenzaba a arder, acariciado por las llamas que se colgaban de las aristas de la reseca madera como pabellones de seda y brocado.
Dio un fuerte golpe a la puerta, que no tardó en ceder a sus esfuerzos, proporcionándole fácil y segura huida por los pantanos que rodeaban el cementerio de la aldea.
Sin embargo, al llegar al campo se detuvo, acordándose de la pobre vieja; escondió su tesoro y volvió al sitio del incendio; pero ya le fue imposible penetrar.
Se había cumplido la predicción de Marta su vecina cuando le decía:
- ¡Cásate con la tía Úrsula si quieres ser rico y feliz!
X
En Fresno de la Vega explican la catástrofe de la siguiente manera:
La tía Úrsula pidió a San Juan una cosa indebida durante la vigilia de su festividad, y el Santo se la concedió para demostrar a los incrédulos que la fe lo alcanza todo; pero al mismo tiempo castigó en la vieja, por medio del incendio, un deseo extemporáneo e inmoderado, impropio de su edad.
En verdad os digo, queridos lectores, que no debemos pedir cosas injustas a Dios ni a sus santos.
P. Escamilla



































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