Valderas, entre ficción y realidad
![[Img #87011]](https://leonsurdigital.com/upload/images/10_2024/7569_foto-perswhatsapp-image-2024-10-07-at-200423-copia-2.jpg)
El nombre de Valderas les sonará a los madrileños por ser un barrio del municipio de Alcorcón (San José de Valderas), pero será totalmente desconocido para la mayoría, salvo para los leoneses. Últimamente ha aparecido en los medios de comunicación por estar relacionado con Begoña Gómez. Se trata de una villa situada en el corazón de Tierra de Campos, con una historia milenaria, de especial relevancia hasta mediados del siglo pasado, en que inició su decadencia. Como dato significativo de esa España en proceso de despoblación, Valderas ha perdido en los últimos cincuenta años más de la mitad de sus habitantes.
De Valderas proviene la familia materna de Begoña Gómez (y la paterna de un pueblecito de al lado, Gordoncillo, de donde era Sabiniano Gómez, recientemente fallecido). En Valderas pasó Begoña parte de su infancia y adolescencia, por lo que esta relación con Valderas ha pasado a ser un referente de su biografía, especialmente a raíz de su relación con Pedro Sánchez y sobre todo a partir de sus actividades "emprendedoras", investigadas por el juez Peinado.
Pero Valderas también ha aparecido recientemente en los medios por ser de aquí otro hijo de la villa, Leonardo Marcos, Director General de la Guardia Civil, que acaba de ser cesado-dimitido de su cargo sin que todavía sepamos por qué. Llamativa fue su primera declaración al ser nombrado hace poco más de un año: "He venido a mandar, no a escuchar", máxima que, al parecer, cumplió al pie de la letra, como se vio en el asunto del narco-crimen de Barbate.
Como curioso paralelismo, el Padre Francisco de Isla (autor de Fray Gerundio de Campazas) pasó también su infancia y adolescencia en Valderas, de donde era su madre. Es uno de los muchos nombres de personajes célebres ligados a la villa, entre los que encontramos nada menos que a Napoleón, que pernoctó en Valderas al inicio de su gran derrota; pero también otros, como Demetrio Alonso Castrillo, que fue Ministro de Gobernación de Alfonso XIII, o González Feijoo de Villalobos, un carmelita nacido en Valderas que llegó a ser Inquisidor General, sin olvidar a fray Mateo Panduro y Villafañe, que fue obispo de Popayán y de La Paz y fundó en Valderas un Seminario, conocido como la Universidad de Campos, donde la lengua más hablada era el latín.
La villa tiene suficientes encantos como para atraer a los amantes de la gastronomía, la historia, el arte, pero también para recorrer el laberinto medieval de sus calles y bodegas, sus iglesias, palacios y casas señoriales.
Pero no fue su pasado histórico lo que a mí me llevó a ambientar mi novela Días de tormenta —que acaba de salir a la luz— en esta villa, sino el pasado más cercano, el del período de la república, la guerra civil y la inmediata postguerra. La razón principal fue el conocer los hechos ocurridos durante ese tiempo en Valderas, hechos cargados de gran dramatismo y muy representativos de lo que ocurrió en toda España. Como hecho inicial, mi novela arranca con el asesinato en 1933 del alcalde socialista Gregorio Ruiz, que va a dar lugar a una venganza que servirá de hilo argumental, con un final inesperado.
Por supuesto, cuando yo empecé a escribir esta novela nada sabía de Begoña Gómez y sus andanzas, pero ahora, y de aquí nacen estas reflexiones, me sorprende esta extraña coincidencia, sincronía o resonancia, pues no deja de ser llamativo que el nombre de Valderas —que en mi novela aparece como Valdavia, para crear un mínimo distanciamiento— aparezca ligado a acontecimientos de actualidad, que invitan a pensar en asociaciones más o menos especulativas o metafísicas.
Me anima a hacer estas elucubraciones la teoría de los campos mórficos de Rupert Sheldrake, que sugiere que "nuestras mentes se extienden mucho más allá de nuestros cerebros" y "se expanden a través de campos que nos vinculan con nuestro entorno", porque "todo está interconectado dinámicamente", como dice David Bohm.
Sí, lo que está ocurriendo hoy en España tiene mucho que ver con lo que ocurrió en torno a 1936, y por eso mi novela no pretende ser una novela histórica realista (aunque basada en la realidad de los hechos), sino una ficción sobre el misterio de las repeticiones, los ciclos y resonancias mórficas, tanto de la vida personal como colectiva. Heredamos patrones de comportamiento. Son campos de resonancia mórfica que condicionan nuestras vidas.
Cobran sentido, desde esta perspectiva, afirmaciones que aparecen en la novela como éstas:
La huella del dolor y la muerte quedó para siempre esculpida en las piedras de sus torres, iglesias y palacios, y también sepultada en los polvorientos caminos que acaban en el horizonte.
O:
Por más que queramos olvidar, nada somos sin el recuerdo de lo que hemos sido. Tan necesario es sostener los recuerdos como inevitable el olvidarlos.
Pero:
El pasado quizás nunca desaparezca, siga vivo en algún lugar recóndito de nuestro ser.
Y:
Quién sabe qué herencia profunda marca la vida de los pueblos, cómo los hechos del pasado dejan su huella invisible en el alma colectiva.
Dudo mucho que Begoña Gómez o Pedro Sánchez alguna vez se hagan preguntas de este tipo. Por no conocer, estoy seguro de que ni conocen los hechos ocurridos en Valderas durante ese periodo tan mitificado de la república, y luego en la guerra y la inmediata postguerra. Esa cruda realidad sobre la que he construido mi ficción, precisamente para poder reflexionar sobre el presente, tan lleno de resonancias mórficas.
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El nombre de Valderas les sonará a los madrileños por ser un barrio del municipio de Alcorcón (San José de Valderas), pero será totalmente desconocido para la mayoría, salvo para los leoneses. Últimamente ha aparecido en los medios de comunicación por estar relacionado con Begoña Gómez. Se trata de una villa situada en el corazón de Tierra de Campos, con una historia milenaria, de especial relevancia hasta mediados del siglo pasado, en que inició su decadencia. Como dato significativo de esa España en proceso de despoblación, Valderas ha perdido en los últimos cincuenta años más de la mitad de sus habitantes.
De Valderas proviene la familia materna de Begoña Gómez (y la paterna de un pueblecito de al lado, Gordoncillo, de donde era Sabiniano Gómez, recientemente fallecido). En Valderas pasó Begoña parte de su infancia y adolescencia, por lo que esta relación con Valderas ha pasado a ser un referente de su biografía, especialmente a raíz de su relación con Pedro Sánchez y sobre todo a partir de sus actividades "emprendedoras", investigadas por el juez Peinado.
Pero Valderas también ha aparecido recientemente en los medios por ser de aquí otro hijo de la villa, Leonardo Marcos, Director General de la Guardia Civil, que acaba de ser cesado-dimitido de su cargo sin que todavía sepamos por qué. Llamativa fue su primera declaración al ser nombrado hace poco más de un año: "He venido a mandar, no a escuchar", máxima que, al parecer, cumplió al pie de la letra, como se vio en el asunto del narco-crimen de Barbate.
Como curioso paralelismo, el Padre Francisco de Isla (autor de Fray Gerundio de Campazas) pasó también su infancia y adolescencia en Valderas, de donde era su madre. Es uno de los muchos nombres de personajes célebres ligados a la villa, entre los que encontramos nada menos que a Napoleón, que pernoctó en Valderas al inicio de su gran derrota; pero también otros, como Demetrio Alonso Castrillo, que fue Ministro de Gobernación de Alfonso XIII, o González Feijoo de Villalobos, un carmelita nacido en Valderas que llegó a ser Inquisidor General, sin olvidar a fray Mateo Panduro y Villafañe, que fue obispo de Popayán y de La Paz y fundó en Valderas un Seminario, conocido como la Universidad de Campos, donde la lengua más hablada era el latín.
La villa tiene suficientes encantos como para atraer a los amantes de la gastronomía, la historia, el arte, pero también para recorrer el laberinto medieval de sus calles y bodegas, sus iglesias, palacios y casas señoriales.
Pero no fue su pasado histórico lo que a mí me llevó a ambientar mi novela Días de tormenta —que acaba de salir a la luz— en esta villa, sino el pasado más cercano, el del período de la república, la guerra civil y la inmediata postguerra. La razón principal fue el conocer los hechos ocurridos durante ese tiempo en Valderas, hechos cargados de gran dramatismo y muy representativos de lo que ocurrió en toda España. Como hecho inicial, mi novela arranca con el asesinato en 1933 del alcalde socialista Gregorio Ruiz, que va a dar lugar a una venganza que servirá de hilo argumental, con un final inesperado.
Por supuesto, cuando yo empecé a escribir esta novela nada sabía de Begoña Gómez y sus andanzas, pero ahora, y de aquí nacen estas reflexiones, me sorprende esta extraña coincidencia, sincronía o resonancia, pues no deja de ser llamativo que el nombre de Valderas —que en mi novela aparece como Valdavia, para crear un mínimo distanciamiento— aparezca ligado a acontecimientos de actualidad, que invitan a pensar en asociaciones más o menos especulativas o metafísicas.
Me anima a hacer estas elucubraciones la teoría de los campos mórficos de Rupert Sheldrake, que sugiere que "nuestras mentes se extienden mucho más allá de nuestros cerebros" y "se expanden a través de campos que nos vinculan con nuestro entorno", porque "todo está interconectado dinámicamente", como dice David Bohm.
Sí, lo que está ocurriendo hoy en España tiene mucho que ver con lo que ocurrió en torno a 1936, y por eso mi novela no pretende ser una novela histórica realista (aunque basada en la realidad de los hechos), sino una ficción sobre el misterio de las repeticiones, los ciclos y resonancias mórficas, tanto de la vida personal como colectiva. Heredamos patrones de comportamiento. Son campos de resonancia mórfica que condicionan nuestras vidas.
Cobran sentido, desde esta perspectiva, afirmaciones que aparecen en la novela como éstas:
La huella del dolor y la muerte quedó para siempre esculpida en las piedras de sus torres, iglesias y palacios, y también sepultada en los polvorientos caminos que acaban en el horizonte.
O:
Por más que queramos olvidar, nada somos sin el recuerdo de lo que hemos sido. Tan necesario es sostener los recuerdos como inevitable el olvidarlos.
Pero:
El pasado quizás nunca desaparezca, siga vivo en algún lugar recóndito de nuestro ser.
Y:
Quién sabe qué herencia profunda marca la vida de los pueblos, cómo los hechos del pasado dejan su huella invisible en el alma colectiva.
Dudo mucho que Begoña Gómez o Pedro Sánchez alguna vez se hagan preguntas de este tipo. Por no conocer, estoy seguro de que ni conocen los hechos ocurridos en Valderas durante ese periodo tan mitificado de la república, y luego en la guerra y la inmediata postguerra. Esa cruda realidad sobre la que he construido mi ficción, precisamente para poder reflexionar sobre el presente, tan lleno de resonancias mórficas.



































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